Tu abrazo tan natural, tu sonrisa tan magistral. Un reencuentro de dos mundos, dos galaxias, dos universos, los dos infinitos. Y en la inmensidad de su cariño se dijeron el uno al otro lo mucho que se extrañaron, cuanto la echo de menos. Son almas gemelas en el sentido de lo exacto, en el sentimiento del complemento, en el momento de decir: si no existe el otro ambos están muertos. Él le pidió que le guardara su corazón, ella con cuidado lo adorno con su exquisita belleza. Ella prometió que no partiría jamás, el solo se decidió a ser la sombra de su amor. Y en el firmamento, de una noche perfecta, se unieron sus sueños. Sus cuerpos en perfecta sincronía se volvieron el más puro cristal. Ella lo lleno con su inocencia, con esos ojos tan brillantes como gemas. El la complemento con su experiencia, con lo desgastado de su ciencia, una ciencia que lo llevo a los extremos del corazón, a implorar un poco de perdón. Ni los más grandes alquimistas lograron semejante fusión. Esa noche perfecta jamás se olvido. El león por fin rugió, y la pequeña oveja al fin respiro.
Se hundieron en la perfección, en el sentimiento de los dos. Ella suspiraba a cada momento, pensando en el hombre de sus sueños. El no se cansaba de repetir que la más bella mujer estaba a su lado y podía escuchar el sonido de su latir. Y eran noches y noches que tendrían un final. Esa trágica tarde ella pidió ya no más. El león había sufrido una recaída en dolores del pasado y tormentas del presente, había caído en la cuenta de que su perfección solo era al lado de su amada. Pero ella no sabía qué hacer, huyo aterrada, por miedo a sufrir. La perfección se había roto, como un ligero papel, como el ala de una mariposa sucumbe ante una gota de lluvia. Y el león humano perdió el rumbo se volvió inhumano. Se volvió un ser sin sentido, sin razón de ser, y se hundió en una infinita tristeza. 5 meses después, sentado a la orilla del precipicio, leyendo las cartas de la bella oveja, ha escrito sus memorias a manera de un viejo poema en una hoja reseca por las lagrimas. Y pegado a las paredes de un cuarto obscuro espera escuchar el latido de su corazón arrancado y el corazón de la bella amada diciendo que lo ama. Hoy se resigno a esperar a que llegue la muerte pronto.